Por Tori Ganino
Cuando adopté a Cooper, soñaba con todas las cosas entretenidas que aprenderíamos a hacer juntos. Agility y trabajo de terapia eran mis dos metas principales. Cuando se abalanzó sobre un invitado un mes después de su adopción, me di cuenta que estaba sobrepasada y tuve que replantearme nuestras metas.
La prioridad se transformó en mantener a Cooper, invitados y otros animales, seguros. Cada ruido y vista parecían molestarlo: voces, bocinas de autos, disparos, ver a alguien caminar por fuera de la casa, animales en nuestro patio, lo que te imagines. Mi esposo y yo estábamos comprometidos a quedarnos con Cooper, incluso cuando tanta gente nos decía que lo regaláramos y que consiguiéramos un cachorro nuevo. Lo llamaron “difícil” y algunas veces lo era, pero estábamos en una posición donde podíamos hacer cambios en nuestras vidas para ayudarlo a transformarse en un adulto feliz. Si alguna vez has tenido un perro que ladra y se abalanza, o se esconde de miedo, entonces probablemente ya sabes de lo que estoy hablando.
Recién había comenzado mis estudios para ser una entrenadora canina profesional, por lo que no tenía experiencia alguna en comportamiento. Cooper terminó siendo el mejor profesor que podía pedir. He aquí lo que me enseñó.
Está bien si frustrarse. Todos tenemos días malos, también los animales. Mientras que como dueños tratamos tan duro de prepararnos correctamente para cada situación de entrenamiento, habrá retrocesos. Me maldecía, lloraba y dudaba de mis habilidades si Cooper se lanzaba y se molestaba de alguna manera. Ahí es cuando decidí grabar nuestras sesiones de entrenamiento.
Era capaz de revisar todos los signos sutiles que me estaba dando y que no notaba cuando estaba trabajando con él. Después de todo, me dijo que la situación era muy confusa o difícil, mucho antes de abalanzarse – yo no “tenía dominio” o era lo suficientemente rápida aún para entender lo que me estaba diciendo.
La clave para el éxito de Cooper fue enseñarle que el mundo no era tan aterrador al cambiar sus emociones durante sesiones de entrenamiento muy estructuradas. Aprendimos a hacer esto juntos, y es por él que puedo ayudar a clientes y a sus perros a hacer lo mismo.
Me di cuenta que era necesario celebrar los éxitos pequeños. La conducta de Cooper no se dio de la noche a la mañana (hubo señales que no capté cuando lo conocí en el refugio, pero que veo claramente ahora cuando pienso en esos recuerdos), y una mejora drástica no iba a suceder de la noche a la mañana. Sin embargo, los pequeños éxitos, que parecían tan insignificantes, era todo en lo que teníamos que enfocarnos.
Por ejemplo, la primera meta era que estuviera cómodo con alguien entrando a mi casa, pero primero, él necesitaba estar cómodo viéndolos afuera a más de 7 metros de distancia. Si él no podía manejar 7 metros, entonces no había forma en que pudiera tener éxito a 3 metros.
En lugar de desanimarnos por nuestro ritmo lento a medida que disminuíamos la distancia de 7 a 3 metros a lo largo de varias sesiones, comencé a celebrar estos pequeños logros. Su lenguaje corporal relajado, escuchar a la persona que habla y hacer contacto visual conmigo, escoger alejarse en lugar de abalanzarse fueron solo algunos. Terminaba las sesiones sintiéndome orgullosa y emocionada por las que venían, y como resultado, Cooper terminaba las sesiones de buen humor.
Comencé a escribir un diario de entrenamiento. Me permitía revisar qué tan lejos habíamos llegado y ver patrones de comportamiento. Noté que Cooper no lo hacía tan bien durante una sesión si habíamos tenido truenos la noche anterior. Descubrir esto nos ayudó a evitar retrocesos al no continuar este patrón de entrenamiento luego de una tormenta.
Aprendí que tener un perro con problemas de conducta no me define como un fracaso. “¿Cómo puedes ser una entrenadora canina y tener un perro al que no puedo acariciar?” Te puede sorprender lo seguido que escuché eso. Intenté no ofenderme a medida que explicaba cortésmente que la conducta de un perro no puede ser “arreglada” o “curada.” Fui una dueña exitosa porque manejé el ambiente para asegurarme que Cooper no se expusiera a situaciones que no estaba listo para enfrentar, me puse metas realistas y lo ayudé a lograr esas metas a través del entrenamiento con refuerzo positivo.
Cooper me hizo una mejor adiestradora. Me forzó a mejorar y crecer para llegar a ser la consultora de conducta que soy hoy. Me enseñó paciencia, y me ayudó a entender que solo porque un perro se abalanza no quiere decir que es necesariamente un perro malo o despiadado. Puede ser que solo esté asustado por dentro, y es mi trabajo ayudarlo a aprender que el mundo no es un lugar tan horrible.
Una de las lecciones de vida más desafiante que aprendí es que está bien decir “adiós”. Cooper se enfermó repentinamente a los 9 años de edad. Una sepsis diagnosticada como resultado de un tumor que perforó sus intestinos, teníamos una decisión que tomar. Hacerlo pasar por una cirugía para reparar la perforación y luego que pasara los siguientes 5 a 7 días en la urgencia del veterinario o dejarlo ir. Incluso con la cirugía, había menos del 50% de chance que saliera de ahí con vida. Si lo hacía, experimentaría falla múltiple de órganos (razón por la que el tiempo de recuperación es tan largo) y había una posibilidad que necesitara un tubo de alimentación cuando se fuera a casa porque algunos perros no quieren comer después de tal experiencia.
La cirugía era costosa, pero estábamos preparados para abrir varias tarjetas de crédito y pedir préstamos para poder pagarla. Nuestra preocupación era el costo emocional que tendría para él la estadía en el veterinario por siete días. Sabíamos que estaba aterrado y emocionalmente cerrado tan solo al estar allí en primer lugar. El Covid exacerbó la situación porque no se nos permitía entrar para estar con él.
Forzar a Cooper a pasar por la cirugía y la recuperación habría sido muy egoísta de nuestra parte, por lo que tomamos la dolorosa decisión de dejarlo ir.
Luego de su partida, continué aprendiendo.
Aprendí que está bien sentirse menos estresada porque ya no tenemos que estar preocupados de lo que pudiera pasar si nuestro manejo fallase. Me sentí increíblemente culpable por sentir eso, pero lo haría todo de nuevo igual, si eso significara tener a Cooper de vuelta sin esa enfermedad mortal.
Aprendí que no hay otro día como el presente. Comencé a aprender variadas actividades con él a través de los años, y la más reciente era nose work (trabajo olfativo) y precision heeling (en junto, a nivel competitivo). La vida siempre parecía entrometerse e incluso con las mejores intenciones, nunca terminamos. Estoy comprometida a tomarme un descanso de mis obligaciones del día a día y apartar tiempo de forma consistente para mis mascotas. Nunca quiero sentir este remordimiento de nuevo.
Finalmente aprendí qué es un “perro del corazón”.
Traducido por Wen Bautista.